Del curso “A” solo quedamos unos pocos y no nos unía casi ni el color de nuestra mierda, éramos
chocolate, mayonesa, orégano y agua, una mezcla inconcebible. Este grupo se
caracterizaba por no ser amigo ninguno del otro, era casi una sensación karmica la desunión, la diversidad en este caso no era buena.
Además de endosarnos a varios del otro curso B de la 76,
casi tan dispares como nosotros, incluyeron chicos nuevos que se inscribieron
ese año y varios que repitieron, no me lo habían dicho pero sus caras dejaban fácilmente
que lo adivinara.
Las paredes de mi aula estaban pintadas con aerosol, fibra, fibron,
lápiz, había un esténcil y un material muy parecido a la mierda de una persona
saludable.
Y ahí estábamos todos…y ahí estaba yo, un putito que como conté
en la descripción del primer capítulo nunca fui ni un poquito alto y ahora con
este cambio de panorama me convertía en el más chiquito del curso.
El contexto histórico ubica esta etapa de mi vida en medio
de una crisis como la que sobrevino después del 2001, y económicamente mi
familia no estaba muy bien. Mi viejo dueño de una camioneta de esas que se usan
para los repartos intento por muchos medios laburar pero todo estaba muy
complicado. Lejos habían quedado los tiempos en donde se le pedía a papa y él
lo compraba o donde podíamos darnos el lujo de tener lo que queríamos, toda mi
familia estaba pobrísima. Es más les voy a contar una situación para ubicarlos en que grado de pobreza estábamos: al mediodía mi vieja SIEMPRE hacia un guiso
con un poco de carne, caldo, algún fideo y eso era nuestra comida
de todo el día. Por la tarde compraba medio de galleta y todos (mis
dos hermano mayores, mis viejos y yo) tomábamos un mate cocido con UNA galleta. Recuerdo
ver llegar a una de mis tías con mercadería para nosotros, traía leche,
verduras y algunas boludeces , fue muy triste para nosotros y sobre todo para mi
papa que se lo notaba callado y deprimido, sumando que mi mama con 40 años y después
de tenerme a mi había quedado sorpresivamente embarazada, era una situación
desesperante.
Con esta explicación puedo decirles que mi pasar era muy vergonzante, mi ropa era fea, mis zapatillas y todo lo demás no
era las que usaba antes. Con todo eso, el cambio de horario (debía cursar
por la mañana y algunos días continuar a la tarde) parecía haber pasado de una comedia
romántica a un lúgubre film de horror.
CONSEJO DEL PUTO COTIDIANO N°51| LA POBREZA DEL PUTO SE MIDE
EN ROPA Y EN PERFUMES.